Relato 7

El vagabundo y la limosna

Leyenda del lago de Montcortés

Las palabras rebotaron en ella como una piedra que salta sobre la superficie de un lago.
Una piedra puede saltar un largo camino, pero siempre se hunde con el tiempo.

Rachel Hartman, escritora

Todos sabemos qué es un lago. El diccionario lo define como un gran depósito de agua natural procedente de la lluvia, de las corrientes subterráneas o de los ríos y los arroyos. Pero un lago puede ser también una fuente de leyendas y fábulas. Incluso, el hogar de extraños seres o el lugar donde yacen tesoros perdidos. El lago de Montcortés no es una excepción. Situado a 1.065 metros de altura, con una profundidad máxima de 30 metros y un perímetro de 1.320 metros, es el único lago sin reclusa del Pirineo de Lleida. El águila pescadora, el alimoche, el quebrantahuesos o el milano real surcan sus cielos; mientras que entre las arboledas y matorrales que lo circundan se mueven sigilosos los zorros, los tejones, los corzos o traviesos grupos de jabalíes. Es un paraje de ensueño recubierto también por un halo de misterio y de leyenda.

Hay más leyendas y más conjeturas. Las que aseguran que en el fondo del estanque está la ciudad de Pallars con sus edificios, viviendas y palacios todavía intactos

Sucedió hace muchos años, tantos que es difícil precisar el momento. Pero todavía se escucha aquella la historia. Es la historia de un viajero errante, mitad errabundo, mitad mendigo. Llegó un día cualquiera y, casa por casa, fue pidiendo limosna. Estaba famélico y mendigaba algo para comer. Recorrió con paciencia cada una de las viviendas, pero no obtuvo nada. Nadie le ofreció ni alimento ni bebida. A la salida de la aldea, una mujer se atravesó en su camino. Portaba una amasadera («pastera» en catalán) sobre el hombro. El vagabundo le rogó ayuda. La mujer le explicó que ese alimento era el único sustento que poseía para alimentar a sus hijos. El mendigo guardó silencio. La mujer se acercó al extraño visitante. Le ofreció un trozo de pan. El enigmático viajero agradeció la limosna. Y regaló a la mujer una clara advertencia: “No salgas esta noche de tu vivienda pues una gran tormenta azotará este lugar”. La mujer obedeció. La tormenta llegó. Arrasó la población. Y dicen que cada noche de San Juan se vislumbra en una orilla del lago la silueta de una mujer que recorre el lugar. Porta en su hombro una “pastera”. Y parece buscar algo entre las aguas. Pero hay más. Desde el fondo de lago emergen lamentos que piden ayuda. Se escuchan sollozos que claman de dolor.

Hay más leyendas y más conjeturas. Las que aseguran que en el fondo del estanque está la ciudad de Pallars con sus edificios, sus viviendas y sus palacios todavía intactos. También se escuchan los relatos que hablan de una ciudad sumergida que responde al nombre de Cabestany. Otras voces hablan de un castigo a la población por apoyar a los moros en las luchas con los cristianos. Todos dicen. Nadie asegura. Quién sabe. Quien sabrá.

El visitante anota los detalles. Piensa en la invectiva. Se sorprende con la capacidad de fantasear que ha perdurado hasta nuestros días. Pero no todo son quimeras, ensoñaciones o delirios. El fondo del lago alimenta la leyenda. Varios lugareños explican haber encontrado restos de edificios y pedazos de construcciones procedentes de lo más profundos de esas aguas. Y entonces comienzan las habladurías… ¿Y si son parte de una enigmática y perdida ciudad submarina?

cuaderno de bitácola

En el fondo y en la tierra

Las leyendas también ofrecen consejos, mensajes y advertencias. Avisan de la importancia de la generosidad, de lo crucial de ayudar al prójimo, de lo necesario de la filantropía. El viajero, sentado junto a este gran espejo de agua, imagina leyendas. Y anhela historias que nos ofrezcan consejos, mensajes y advertencias sobre la importancia de cuidar nuestro planeta, lo crucial de respetarlo, lo necesario de cambiar nuestra relación con la madre tierra.

Escrito una mañana, muy temprano, en la orilla del lago Montcortés, bajo el mudo vuelo de un águila pescadora.