Relato 1

Érase una vez el mundo

La creación

Al cruzar los Pirineos, oyó una voz en el aire: si vas al Norte,
acuérdate de Orfeo; si vas al Sur, acuérdate de Dante.

Ángel González, poeta

Los hombres se hacen. Las montañas están hechas ya. Lo escribió Miguel Delibes en su libro El camino. Pero este enunciado no siempre se cumple. La inmensidad topográfica del relieve pirenaico ha convertido este territorio en una fuente abundante de mitos, leyendas y habladurías. Pero nuestra cordillera no es un caso aislado. Durante siglos y en todo el planeta, los montes, los riscos, los peñascos o las sierras han vivido envueltas por un halo mágico. Existen montañas sagradas. Otras temidas. Algunas que –dicen– sanan y unas pocas que obran milagros. Los Pirineos no son una excepción. Por sus caminos, sendas y cañadas se movieron soldados, artistas, aventureros, curanderos, buscadores de tesoros, trotamundos, pastores y un sinfín de personas que anhelaban llegar o que buscaban irse. Y con ellos viajaban todo tipo de historias: cuentos, fábulas, canciones, poemas, refranes, acertijos y muchas leyendas. Algunas han tratado de explicar el origen de la cordillera pirenaica.

Existen montañas sagradas. Otras temidas. Algunas que –dicen– sanan y obran milagros. Los Pirineos no son una excepción

Una tumba, millones de rocas

Hércules, el heroico hijo de Júpiter y Alcmena, es el protagonista de un relato sobre los orígenes de este pedazo rocoso del planeta. Voces legendarias cuentan que el forzudo se disponía a realizar sus doce grandes trabajos. Esta vez, su misión era enfrentarse al Gerión, un monstruo gigante y temido formado por tres cuerpos, con sus tres cabezas y sus respectivas extremidades. Para acabar con la criatura debía atravesar la Galia. El rey Bébrix, padre de la princesa Pirene, le acogió en sus dominios. Existen diversas versiones de este mismo relato. Una de ellas apunta que, cuando el forzudo marchó para combatir a aquella bestia, la joven se aventuró a seguirlo.

El Pequeño diccionario de de mitología vasca y pirenaica de Olivier de Marliave detalla que la doncella fue devorada por fieras salvajes. Hércules, conmovido por la valentía de la muchacha, decidió edificar un sepulcro especial: “La devolvió a su casa y construyó un inmenso mausoleo amontonando hasta el infinito rocas que formaron una serie de montañas, a las que denominó Pirineos”. El forzudo guerrero reunió millones de millones de piedras gigantescas y millones de millones de pequeños guijarros. Las utilizó para sellar su tumba. Esas rocas incontables dieron forma al mausoleo de la princesa Pirene, hija de Bébrice. Y también edificaron una cadena montañosa que, con más de 430 kilómetros, decora el paisaje peninsular con montañas y peñascos que superan los 3.400 metros de altura. Es la historia de un principio, pero hay más…

El vergel convertido en roca

Altres llegendes descriuen els Pirineus com a un autèntic verger. Els ríius regaven les seves valls. Els arbres creixien amb vigor. El bestiar pasturava feliç. Això era en els temps més antics, quan tot començava. Un dia un viatger brut i cansat va arribar a la regió demanant almoina. Volia alguna cosa per menjar. I pidolava també un xic de refugi. Tot i aixó, en veure el manguer, alguns pastors, que xerraven al costat dels seus ramats, van preterir l’estranger. La llegenda diu que aquell indigent desvalgut era el fill de Déu. Enfurismat, va decidir maleir el lloc. I aquell jardí de prats verds i generosos es va convertir en una infinitat de barrancs pedregosos, plens de congestes profundes i en tarteres amb piles de roques amuntegades. Alguns estudiosos aseguren que l’episodi va tenir lloc en el massís de la Maladeta o Tuca de la Maladeta. Però no és fàcil concretar l’indret exacte. “Vés a saber”, remuga Gabriel, un pastor de la zona. La maledicció es va estendre. I el càstic diví es va emparar de les valls més properes a aquest cim de 3.300 metres d’altitud i pròxima al pic Aneto. És una altra història. I tampoc n’és la única.

Otras leyendas describen los Pirineos como un auténtico vergel. Los ríos regaban sus valles. Los árboles crecían con vigor. El ganado campaba feliz. Sucedió en los tiempos más antiguos, cuando todo empezaba. Un día un viajero sucio y cansado llegó a la región pidiendo limosna. Quería algo de comida. Y rogaba también un poco de cobijo. Sin embargo, al ver al mendigo, varios pastores, que charlaban junto a sus rebaños, ignoraron al extranjero. La leyenda dice que ese indigente necesitado era el hijo de Dios. Encolerizado, decidió maldecir el lugar. Y aquel jardín de prados verdes y generosos se convirtió en un sinfín de barrancas pedregosas, repletas de ventisqueros profundos y en canchales que acumulaban pilas de rocas. Algunos estudiosos aseguran que tal episodio tuvo lugar en el macizo de la Maladeta o Tuca de la Maladeta. Pero no es fácil detallar el enclave exacto. “Quien sabe”, musita Gabriel, un pastor de la zona. La maldición se extendió. Y el castigo divino se apoderó de los valles más próximos a esta cumbre de 3.300 metros de altitud y próxima al pico Aneto. Es otra historia. Y tampoco es la única.

Montes de luna y fuego

Algunos documentos atribuyen el nombre de los Pirineos a un topónimo ancestral. Según esta versión, inspirada en referencias de procedencia íbera o vasca, el origen del nombre de la cordillera fue “Ilene os”. Esto es: los montes de la Luna. Las conjeturas, las hipótesis y las explicaciones crecen… Para otros estudiosos, la denominación está ligada a un incendio. “Pyros” es fuego en griego. El nombre del lugar estaría, por tanto, vinculado al fuego provocado por unos lugareños al roturar sus tierras para el cultivo. Las figuraciones, los supuestos y las teorías legendarias no se agotan. La fantasía de las leyendas no termina nunca. Y muchas veces, es contagiosa. La acción divina juega un rol protagónico en el reguero de leyendas que explican el origen de los territorios pirenaicos y de miles de enclaves del planeta.

Una creación divina

Algunos lugareños aseguran todavía que, al principio de los tiempos, el mundo era totalmente liso y completamente plano. Demasiado uniforme y demasiado aburrido. Esta falta de variedad y contrastes hizo que Dios lo encontrara sumamente tedioso. Decidió renovar su creación; hacerla más llamativa, sugestiva y diferente. Creó las montañas. Esas elevaciones emergían de los suelos planos para aderezar el paisaje. Para materializar su deseo, cargó un saco con miles de millones de rocas. Lo acomodó en su espalda y se dispuso a recorrer esa explanada que daba forma al mundo. Se movía sobre ella. La observaba. Paraba para reflexionar y también para reponer fuerzas.

El saco de piedras era tremendamente pesado. De vez en vez, agarraba un pedrusco del interior y lo lanzaba. Al impactar contra la superficie, la roca se expandía, crecía y adquiría la forma de una colosal montaña. En sus idas y venidas sobre ese mundo en construcción, atravesó el territorio que separa la Península Ibérica del resto de Europa. Y justo en ese momento y sin que él lo supiera, el sacó de piedras se rompió. Y así, por un agujero, los pedruscos fueron cayendo. Uno tras otro. Desordenados. Y así conformaron una hilera de piedras. Ese largo reguero irregular dio forma a una cadena montañosa imponente y única. Hoy todos la conocen como los Pirineos.

Cuaderno de bitácora

No te lo creas, siéntelo

En su viaje por el territorio de Lleida, el viajero descubre diferentes leyendas que han tratado de explicar la creación de los Pirineos. Seguramente, hubo y habrá más. Puedes creerlas o no. Es tu decisión. Sin embargo, cuando recorras sus sendas o transites por sus caminos, piensa en ellas; cierra los ojos y déjate transportar por la mágica fuerza de la palabra “leyenda”.

Escrito un sábado de otoño, en el Pont de Suert, lugar donde confluyen los valles y los caminos.También las historias.