Relato 6
Les dones sàvies de la muntanya
Las trementinaires
Los mitos son las almas de nuestras acciones y nuestros amores.
No podemos amar más de lo que creemos.
Paul Valery, escritor y filósofo
Fue un oficio de gran importancia. Y fue un oficio realizado principalmente por las mujeres. Los textos lo documentan entre los siglos XIX y XX. Dicen que estuvo muy presente en el valle de la Vansa y Tuixent, en la comarca del Alt Urgell. Allí, al pie de la Serra del Cadí, muchas mujeres dedicaron parte de su tiempo a elaborar medicinas, pomadas, emplastos y ungüentos. Los elaboraban utilizando productos naturales: plantas, setas, raíces, aceites… Recorrían los pueblos ofreciendo sus remedios. A sus espaldas: una larga tradición de sabiduría popular que había aprendido de los secretos sanadores que ofrecía la naturaleza. Eran las trementinaires.
«Recorrían los pueblos ofreciendo sus remedios. A sus espaldas: una larga tradición de sabiduría popular».
Fue un oficio de gran importancia. Y fue un oficio realizado principalmente por las mujeres. Los textos lo documentan entre los siglos XIX y XX. Dicen que estuvo muy presente en el valle de la Vansa y Tuixent, en la comarca del Alt Urgell. Allí, al pie de la Serra del Cadí, muchas mujeres dedicaron parte de su tiempo a elaborar medicinas, pomadas, emplastos y ungüentos. Los elaboraban utilizando productos naturales: plantas, setas, raíces, aceites… Recorrían los pueblos ofreciendo sus remedios. A sus espaldas: una larga tradición de sabiduría popular que había aprendido de los secretos sanadores que ofrecía la naturaleza. Eran las trementinaires.
Solían pertenecer a las familias más pobres de los valles. Su situación económica les empujó a buscar nuevas fuentes de ingresos. Recorrían a pie las sendas, las veredas y los caminos. Andaban en parejas. Una era la más experimentada y la otra solía ser una joven aprendiza. La relación entre ellas debía ser muy estrecha porque solo así podía darse el clima de confianza que demanda la relación maestra-aprendiza. Necesitaban complicidad, cautela y una gran compenetración. Eran muchas veces dos hermanas, una madre y una hija, una abuela y su nieta… Muchos clientes preferían permanecer en el anonimato y, por tanto, todo debía realizarse con tino, discreción y mucho tiento.
Llevaban té de roca, corona de rey, serpilo, escabiosa, oreja de oso, mil hojas, pez, aceite de abeto, aceite de enebro… También tila, orégano, tomillo o comino. Pero su ingrediente estrella, que les dio nombre, fue la trementina. Conocida también como aguarrás, este líquido volátil e incoloro se obtiene de la destilación del jugo resinoso del pino rojo mediante incisiones en el tronco del árbol. El uso más habitual era como cataplasma. Era balsámica y expectorante, pero se usaba también para mitigar el dolor de los golpes, la gota, las torceduras, las mordeduras de víboras, las picaduras de araña, la infección de las úlceras o para la extracción de pinchos de la piel. Y hay más: se usó como antiparasitaria, contra la difteria y para combatir el tifus.
Solían hacer sus recorridos una o dos veces al año. Viajaban de pueblo en pueblo. A veces, se ausentaban por unos días de su hogar. A veces, por unos meses. Visitaban especialmente las viviendas aisladas. El trato con sus “pacientes” había creado un vínculo personal. Incluso, solían pernoctar en las casas donde atendían a cambio de hierbas o medicinas. Sus remedios servían para las personas, pero también ofrecían medicinas para los animales. En sus cestos cargaban una “solución” para todo o casi todo: las contracturas, los resfriados, las inflamaciones de diferentes órganos vitales, las contusiones, la difteria, las heridas… Por lo general, preparaban sus ungüentos, aceites y medicinas en sus casas. Su perenne peregrinaje hizo que se les conociera como “las mujeres que van por el mundo” o “las que venden hierbas”. Eran mujeres valientes y trabajadoras. Para muchos: las sabias de la montaña. El último viaje de una trementinaire fue en 1984. Lo hizo Sofia Montaner (1908-1996). A lo largo de su vida, acompañó en estas andaduras a su abuela, primero; a su madre, después; con su suegra, más tarde; con sus hijas, luego; con una vecina, posteriormente, y finalmente, con su marido –Miquel Borrell–, vecino de su mismo pueblo e hijo de una trementinaire. Hasta 1982, marido y mujer viajaron juntos ofreciendo sus remedios. Fue uno de los pocos testimonios –quizás el único– de un hombre dedicado a este oficio. Con 73 años, Sofía realizó su último viaje. Murió 12 años después. Con ella partió un gran pedazo de la sabiduría de unas mujeres que conocían su entorno y sus remedios. Mujeres que, aunque su objetivo era sanar, fueron muchas veces acusadas de brujería.
Cuaderno de bitácora
Mis héroes
La historia de las trementinaires invita al viajero a pensar sobre los protagonistas de muchas leyendas. De aquí y de allí: de todo el mundo. Son guerreros, gigantes, caballeros. El viajero piensa, de nuevo, en esas mujeres sabias de la montaña. Y mientras recorre las tierras leridanas observa a otros aguerridos, valientes y esforzados héroes. Son héroes anónimos. Hombres y mujeres que dedican su vida a oficios y tradiciones que –ojalá– nunca se conviertan en una antigua leyenda.
Escrito en el pueblo de Tuixent, en la entrada del Museu de les Trementinaires; pensando en el pasado, desde el presente y desde el futuro.