Relato 2
Estatuas de piedra
Los dos cazadores
No es quién más alto llega, sino aquel que influenciado
por la belleza que le envuelve, más intensamente siente.
Maurice Herzog, alpinista
El viajero llegó cansado al Parque Nacional de Aigüestortes y Lago de San Mauricio. Sentado sobre una roca en una orilla del lago, tomó su cantimplora y bebió. Y al hacerlo divisó en la lejanía la silueta imponente de dos gigantes de piedra. Los miró en silencio. Eran el Gran Encantat, de 2.746 metros, y el Petit Encantat, de 2.733 metros. Estos “picos gemelos” no son los más altos del parque nacional, pero se han convertido en la postal icónica, la más famosa, de aquellos que visitan el estanque.
«Estos ‘picos gemelos’ no son los más altos del parque nacional, pero se han convertido en la postal icónica, la más famosa de aquellos que visitan el estanque».
Situados en la parte oriental, los dos hermanos de roca parecen otear la variedad de paisajes que decoran las 14.119 hectáreas de este espacio protegido creado en 1995. Muy cerca otras montañas insignes: El Comaloforno (3.033 m.), el Besiberri Sur (3.017 m.), el Besiberri Norte (3.015 m.), la Punta Alta (3.014 m.), el Pico Peguera (2.982 m.), el Pico Subenuix (2.949 m.), el Gran Tuc de Colomers (2.933 m.), el Tuc de Ratera (2.857 m.) o el Montardo (2.833 m.). Desde sus cumbres, se divisa un territorio atravesado por ríos y arroyos: el San Nicolás y San Martín, en la cuenca del Noguera de Tor; o el Valarties, el Aiguamoix o el Garona de Ruda, en la cuenca del Garona; el Cabanes, el Escrita, el Pamano o el Flamisell, en la cuenca del Noguera Pallaresa. Y unos ochenta lagos: el de la Llebreta, el Serradé, el Contraix, el Llong, el Mussoles, el Ribera, el Morrano, el Dellui, el Redó, el Negre de Portarró, el Ratera, el Barbs, el Munyidera, el Amitges, el Monges, El Magades… O el que se abre a sus pies: el lago Sant Maurici.
Rodeado de bosques de pino negro, este parque ofrece infinidad de excursiones: desde la presa hidroeléctrica a un refugio militar abandonado o la ermita que lleva el nombre de este santo cristiano, comandante de la legendaria legión Tebana: San Mauricio. Y en sus recovecos y rincones más apartados, una fauna variada y enigmática se mueve entre la arboleada y los matorrales. Es difícil de apreciar, pero su riqueza natural es única: 220 especies de vertebrados. Y, entre ellas, una gran variedad de aves: el buitre leonado, la perdiz nival, el urogallo, el gorrión alpino, el águila real, el quebrantahuesos… También entre las rocas y las cornisas pétreas: el rebeco, el jabalí, el armiño, el lirón gris, la ardilla roja, la marmota o el corzo. Y en sus ríos y humedales, la trucha común, el tritón pirenaico, la rana bermeja, la culebra verdiamarilla o la peligrosa víbora áspid.
Otra vez la leyenda
El viajero escribía en su bitácora. Listas y listas de nombres de animales y plantas. También garabateaba paisajes. Anotaba sensaciones. Pero una y otra vez retornaba a su mente la imagen de aquellos picos hermanados. Eran la referencia perenne, el punto de partida constante, la guía permanente. Hospedado en el municipio de Espot, la imagen seguía intacta en su memoria. Decidió preguntar. Quiso saber. Y otra vez la historia le llevó a una leyenda con forma de cuento popular.
Dicen, cuentan, hablan que cada año, durante el mes de septiembre, los habitantes de Espot peregrinaban en silencio hasta la ermita de Sant Maurici. Sin embargo, aquel año sucedió algo. Algo importante que tendría un desenlace insospechado. Dos cazadores –Cristòfol y Esteve– se ausentaron de la ceremonia religiosa. Prefirieron salir de cacería. Así, sin respetar la tradición, ascendieron por escarpadas sendas hasta la cima de las montañas. Divisaron un rebeco. Lo siguieron. Prepararon sus armas. Siguieron caminando…
Poco más se sabe. Todos son recuerdos de relatos que alguien cree recordar de otro que juró haberlos escuchado junto a alguna chimenea, una burbujeante olla de caldo o el crepitar de la lumbre de un campamento. Nadie sabe con certeza los detalles. Algunos aseguran que súbitamente una neblina se apoderó del lugar. Otros afirman que se oyó un trueno estentóreo y estrepitoso. Luego, de repente, el silencio. Y nunca nadie supo de aquellos dos cazadores. Pero todos aseguran que la montaña emergió divida en dos. Eran dos picos hermanados. Parecía abrazarse. La leyenda cuenta que esas dos siluetas pétreas eran los dos muchachos. Los osados cazadores se convirtieron en gigantescas estatuas de piedra. Fue el castigo por su irreverencia. Incluso hay quien dice que junto a ellos su perro también se transformó en un macizo bloque de roca. Contorneando el cielo pirenaico su silueta se ha convertido en algo más que una leyenda: Son un retrato de la amplitud del reino del agua y la roca. Son leyenda convertida en piedra.
Cuaderno de bitácora
Leyendas y lecciones
El caminante piensa. Recuerda. Escribe. Una leyenda es una narración popular que cuenta un hecho real o fabuloso adornado con elementos fantásticos. Imagina a los dos cazadores. Y reflexiona sobre el mensaje que esconde su relato. Cada uno puede concederle una lectura diferente. Pero hoy el viajero parece convencido. Piensa en lo maravilloso de estos parajes y la importancia de aprender a cuidarlos… antes que se conviertan en piedra. O en recuerdo.
Garabateado en un trozo de papel,
tras recorrer un trecho de la ruta Carros de Foc. Sentado junto a una ventana del refugio de Amitges, pensando en la Pica d’ Estats que espera en la lejanía.